Reacción a la columna de Fco. Rodríguez Fernández “Inmigrante: diez razones para abrazarte”
El prestigioso economista Francisco Rodríguez Fernández presenta en El Mundo del 22 de Mayo diez razones para “abrazar” al inmigrante.
Su columna es una defensa sentimental del fenómeno migratorio. Desde un enfoque típicamente progresista, Rodríguez plantea que la integración de inmigrantes mide nuestra madurez económica y social: un “termómetro moral” que revela cómo tratamos a los más vulnerables. Ya su segundo argumento —“intercambiamos desigualdad por integración”— evidencia esto: más que defender la inmigración, denuncia la precariedad laboral que enfrentan los recién llegados.
Rodríguez no distingue entre tipos de inmigrantes. Argumentos que quizá valen para estudiantes extranjeros o profesionales altamente cualificados se aplican sin matiz al migrante irregular que cruza el Estrecho. También mezcla contextos europeos y españoles como si fuesen intercambiables, cuando las realidades varían enormemente en cuanto a países de origen, capacidad de acogida e integración. España, aunque con zonas despobladas, no enfrenta las mismas limitaciones que, por ejemplo, Países Bajos, donde escasean espacio y vivienda. Aun así, la idea de repoblar la España vaciada con inmigración es dudosa, dado que los inmigrantes tienden a asentarse en grandes ciudades.
Rodríguez afirma que los inmigrantes llegan en edades ‘que sostienen pensiones y mercados’, pero olvida que también forman familias, envejecen y requerirán su propia pensión. La contribución neta depende mucho del perfil del inmigrante. En Países Bajos, estudios del demógrafo Jan van de Beek muestran que solo los inmigrantes con estudios superiores tienen un saldo fiscal positivo a largo plazo. Solicitantes de asilo, por el contrario, suponen en promedio un costo fiscal neto, sin contar que ciertos grupos étnicos presentan tasas de criminalidad más altas que la población autóctona, en contra de lo que sugiere Rodríguez.
El argumento cultural es igualmente simplista. Es cierto que la gastronomía o la música pueden enriquecerse, pero la preocupación ciudadana se centra en la fragmentación social y los focos de marginación urbana. A ello se suma el riesgo de radicalización en barrios donde la influencia islamista crece, y donde Rodríguez parece no querer mirar.
Con su “abrazo” indiscriminado, Rodríguez confunde compasión con ingenuidad. Ignora los efectos de una acogida sin control sobre las poblaciones más vulnerables: los españoles de los barrios a los que nadie pregunta si quieren compartir su precariedad. Una política migratoria responsable debe incluir matices y límites. Si no, el termómetro moral que menciona acabará midiendo una frustración creciente y peligrosamente silenciada